lunes, 20 de octubre de 2008

Más de Momo

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Momo recorrió con la mirada la sala y preguntó:
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—Para eso tienes tantos relojes, ¿no? ¿Uno para cada hombre?
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—No, Momo —contestó el maestro “Hora”—. Esos relojes no son más que una afición mía. Sólo son reproducciones muy imperfectas de algo que todo hombre lleva en su pecho. Porque al igual que tenéis ojos para ver la luz, oídos para oír los sonidos, tenéis un corazón para percibir, con él, el tiempo. Y todo el tiempo que no se percibe con el corazón está tan perdido como los colores del arco iris para un ciego o el canto de un pájaro para un sordo. Pero, por desgracia, hay corazones ciegos y sordos que no perciben nada, a pesar de latir.
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—¿Y si un día mi corazón dejara de latir? —preguntó Momo. .
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Entonces —replicó el maestro “Hora”—, el tiempo se habrá acabado para ti, mi niña. También se podría decir que eres tú quien vuelve a través del tiempo, a través de todos tus días y noches, tus meses y años. Regresas a través de tu vida hasta llegar al gran portal de plata por el que una vez entraste. Por allí vuelves a salir.
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—¿Y qué hay del otro lado?
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Entonces has llegado al lugar de donde procede la música que, muy bajito, ya has oído alguna vez. Pero entonces tú formas parte de ella, eres un sonido dentro de ella (2).
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Miró, inquisitivo, a Momo.
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—Pero eso no podrás entenderlo todavía, ¿verdad?
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—Sí —contestó Momo—, creo que sí.
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Recordó su camino a través de la calle de “Jamás”, en la que lo había vivido todo al revés, y preguntó:
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—¿Eres tú la muerte?
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El maestro “Hora” sonrió y calló un rato antes de contestar:

Si los hombres supiesen lo que es la muerte ya no le tendrían miedo. Y si ya no le tuvieran miedo, nadie podría robarles, nunca más, su tiempo de vida.
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No hace falta más que decírselo —propuso Momo.

—¿Tú crees? —preguntó el maestro “Hora”—. Yo se lo digo con cada hora que les adjudico. Pero creo que no quieren escucharlo. Prefieren creer a aquellos que les dan miedo. Eso también es un enigma.
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Momo -Michael Ende.

jueves, 9 de octubre de 2008

Consejos del viejo Beppo Barrendero

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—Ves, Momo —le decía, por ejemplo—, las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga, que nunca crees que podrás acabarla.
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Miró un rato en silencio a su alrededor; entonces siguió:
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—Y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.
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Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando:
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Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente.
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Volvió acallar y reflexionar, antes de añadir:
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Entonces es divertido; eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser.
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Después de una nueva y larga interrupción, siguió:
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De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta cómo ha sido, y no se está sin aliento.
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Asintió en silencio y dijo, poniendo punto final:
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—Eso es importante.
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(MOMO - Michael Ende)

John Lennon In Memoriam

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IMAGINE (JOHN LENNON)

Imagine there's no heaven
It's easy if you try
No hell below us
Above us only sky
Imagine all the people
Living for today...

Imagine there's no countries
It isn't hard to do
Nothing to kill or die for
And no religion too
Imagine all the people
Living life in peace...

You may say I'm a dreamer
But I'm not the only one
I hope someday you'll join us
And the world will be as one
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Imagine no possessions
I wonder if you can
No need for greed or hunger
A brotherhood of man
Imagine all the people
Sharing all the world...

You may say I'm a dreamer
But I'm not the only one
I hope someday you'll join us
And the world will live as one.

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Imagina que no hay Cielo
Es fácil si lo intentas
Ningún infierno bajo nosotros
Sobre nosotros solo cielo
Imagina a toda la gente
Viviendo el presente...

Imagina que no hay países
No es difícil de hacer
Nada por que matar o morir
Ni tampoco religión
Imagina a toda la gente
Viviendo la vida en paz...

Puedes decir que soy un soñador
Pero no soy el único
Espero que algún día te nos unas
Y el mundo será uno.

Imagina nada de posesiones
Me pregunto si puedes
Ninguna necesidad de avaricia o ansias
Una hermandad del hombre
Imagina a toda la gente
Compartiendo todo el mundo...

Puedes decir que soy un soñador
Pero no soy el único
Espero que algún día te nos unas
Y el mundo vivirá como uno.

martes, 7 de octubre de 2008

Lao Tse y la religión

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38. Religión

El virtuoso no actúa.
El amable actúa sin interés propio;
El justo actúa no desatendiendo su propio interés;
El religioso actúa para reproducir su propio interés.

Si el Tao se pierde, queda la virtud;
Si la virtud se pierde queda la amabilidad;
Si la amabilidad se pierde, queda la justicia;
Si la justicia se pierde, queda la religión.

Las jerarquías bien establecidas no pueden desarraigarse fácilmente;
Las creencias firmes no pueden cambiarse fácilmente;
Por eso la religión permanece generación tras generación.

La religión es el fín de la virtud y la honestidad,
El comienzo de la confusión;
La Fé es una esperanza o miedo muy colorida,
El origen de la estupidez.

El sabio actúa por conocimiento, no por esperanza;
Confía en el fruto, no en la flor;
Acepta lo que tiene, rechaza las promesas futuras.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Manifestación del Alma

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Se denomina experiencia psicodélica, viaje o vuelo a las vivencias derivadas del uso de algún fármaco psicodélico o de algún otro tipo de práctica que posibilita el paso de la mente a un estado alterado de conciencia, como la privación sensorial o el control de la respiración. La experiencia psicodélica suele incluir alucinaciones, percepciones inusualmente intensas y sinestesia. A menudo se ha comparado la experiencia psicodélica con las vivencias que describen los místicos, las que algunas culturas tradicionales atribuyen a los difuntos en su paso al Más Allá o las propias de ciertas psicosis. La palabra psicodélico viene de la combinación de dos términos griegos: el sustantivo psyche (ψυχή), «alma» y el verbo δήλομαι, "manifestar". Literalmente significa "que manifiesta el alma".
http://es.wikipedia.org/wiki/Experiencia_psicod%C3%A9lica

Una noche tuve un sueño: estaba en mi cama, tumbado, rodeado de mis amigos que me miraban en silencio. Creo que estaba muerto o me sentía como si lo estuviera, todo era tranquilidad y una sensación muy placentera me invadía; se trataba del velatorio más agradable en el que haya estado nunca.

Cerré los ojos y volví a abrirlos; mis amigos habían desaparecido, estaba solo mirando las paredes; la lámpara que colgaba del techo parecía un animal extraño, una medusa que extendía sus tentáculos por la habitación, rodeándome, contoneándose en un baile mágico; tenía la sensación de hallarme bajo el mar, las paredes parecían expandirse y contraerse cada pocos segundos, como si respirasen, todo adquiría otra perspectiva, otra profundidad, las líneas rectas ondulaban y dibujaban otros contornos más orgánicos, más cálidos y, en general, todo era muy reconfortante. Cerré de nuevo los ojos y extraños animales tentaculares aparecieron frente a mí, extendían sus apéndices y trataban de agarrarme, aunque no me sentía amenazado, más bien querían guiarme, arrastrarme con ellos hacia un mundo más allá de lo conocido, a una especie de abismo submarino. De repente lo vi, un túnel de estrambóticos colores que giraban y cambiaban en un remolino alargado, como un agujero de gusano que prometía trasladarme a nuevos mundos inexplorados. Y en él me colé, como Alicia en la madriguera de conejo, sin saber qué destino me aguardaba al final de mi aventura.

De nuevo abro los ojos, y otra vez la lámpara ha cambiado para convertirse en otra cosa. Ya no hay criaturas arquetípicas de fisonomía lovecraftiana, sólo un gran ojo de apariencia alienígena que me observa desde arriba, analizando cada centímetro de mí, cada intrincado recoveco de mi mente o de mi espíritu. Es una sensación extraña sentirse observado de una manera tan intensa, tan minuciosa, y me pregunto qué querrá averiguar con tanto celo.

Después de un rato decidí que había llegado el momento de levantarme de la cama. Lo primero que me llamó la atención es que al ir a colocarme las zapatillas descubro que esas no son las mías; miro alrededor pero no veo dónde pueden estar, de modo que vuelvo a mirar las primeras zapatillas: siguen sin parecer las mías. No obstante, aunque estoy seguro de que no las reconozco, termino pensando que mis sentidos me engañan y me las coloco; me están bien. Abro la puerta de la habitación y una luz deslumbrante lo llena todo; quedo ciego y pido que alguien la apague; me señalan el interruptor y como puedo, con las manos tapándome la cara, me acerco hasta él y lo apago yo mismo. Por fin todo vuelve a la oscuridad. Me acerco hasta el baño y cierro la puerta. Con la luz apagada me miro en el espejo. Entra algo de claridad por la ventana, así que puedo verme bastante bien. Tras unos momentos empiezo a percibir los cambios: mi rostro comienza a adelgazarse, la carne se seca y se vuelve gris, me estoy transformando en un cadáver. La transformación se repite cada vez que retiro la mirada y la vuelvo a fijar, me pregunto si estaré viendo mi propio cadáver, si será ese mi aspecto cuando muera. Es como viajar en el tiempo. Sin embargo, no tengo miedo, lo asumo como una experiencia de lo más natural. Los grifos del lavabo parecen pequeñas caras de criaturas que me observan burlonas, y la cortina de la ducha es una gran telaraña que llega hasta el techo y esconde el capullo sedoso y blanquecino de algún insecto gigante. Algo cambia en mi interior, puedo sentirlo, es una sensación de tensión, de algo que no puedo controlar. Me agobio, me quito la camiseta y me echo agua por encima. Ahora un caos de pensamientos y sensaciones me domina, las ideas pasan tan deprisa que no puedo retenerlas, tan pronto como quiero centrarme en una aparece otra nueva que desplaza la anterior, es imposible recordarlas todas, ni tan siquiera una parte. Me he vuelto loco, estoy completamente seguro de ello. Una sensación de júbilo me llena, estoy eufórico, todo es nuevo, todo es distinto, es como abrir los ojos por primera vez. Me doy cuenta de que esto es la realidad, es lo que se oculta tras la realidad, y yo soy una especie de explorador, como un personaje de Julio Verne, descubriendo nuevos mundos y nuevas maravillas a cada instante, sumergiéndome de cabeza en el abismo insondable de mi conciencia, de la conciencia universal. ¿Qué les contaré a mis amigos? ¿les diré que me he vuelto loco? Hay tantas cosas por descubrir, tanto que comprender... Otra sensación, ahora es pánico. ¿Qué ocurrirá cuando todo termine? ¿cuando no quede nada nuevo por descubrir, nada que comprender? ¿Cuando los abismos sean rastreados y cartografiados? ¿Qué quedará entonces? No se cuánto tiempo paso sumergido en la angustia, unos segundos, unos minutos... al final desaparece. Me asomo al espejo y veo un rostro: ¡es el mío! lo había olvidado, y me sorprendo al mirarme, me observo como si fuera una cara desconocida. Hay algo que no me gusta, de nuevo me siento incómodo; la persona que tengo frente a mí no me parece humana, no conserva ningún atisbo de razón. Es como un animal, un simio, una bestia o un antecesor prehistórico de nuestra especie; son mis rasgos, pero no soy yo. ¿O sí? La incertidumbre me llena de miedo. Al final me vuelvo a observar: descanso, me reconozco por fin.

Abro la puerta del baño y hay una luz al final de la habitación; es la estancia contigua. Me propongo ir hasta allí, pero quedo paralizado de miedo; la luz, es la luz, no puedo soportar tanta claridad. Hago varios intentos de aproximación, pero siempre termino volviendo a encerrarme en el baño, mirando tímido esa puerta abierta, hasta que me armo del valor necesario y salgo. Arrastrándome por el suelo, luchando con todas mis fuerzas por no volver atrás, llego hasta la misma puerta. Las baldosas tienen venas y palpitan, son trozos de carne dura, pero viva. Al asomarme a la habitación me parece que hay un desnivel en el suelo de al menos un metro, tengo miedo de caerme. No puede ser, porque he pasado antes por ahí, pero lo puedo ver tan claramente que no me atrevo a dar el paso hasta después de varios intentos. Lo consigo y me cuelo en la habitación, me dejo caer en el colchón y descanso. De nuevo la maraña de pensamientos, cierro los ojos y me pierdo en el abismo, me dejo llevar por la corriente; hay momentos en los que olvido dónde estoy, otros en los que no existe nada más, ni siquiera yo, sólo el vacío, el abismo sin conciencia. Pero en el instante en que empiezo a ser consciente de mi no consciencia, ésta aparece de nuevo, la gente aparece de nuevo, la casa... Intento hablar, pero lo que me dicen no tiene sentido. Me dicen que un grifo está abierto, pero no oigo correr el agua. Capto otra palabra: bisagra. Tengo que pensar durante varios minutos qué significa esa palabra, recuerdo primero que era un artilugio que se dobla, luego, esforzándome, llego a comprender que se usa en las puertas y las ventanas. Al final consigo entender lo que quería decirme. Es como si todo lo que he aprendido se hubiera borrado de mi mente, y tuviera que empezar de nuevo, aprender de nuevo. Descubrir de nuevo las palabras. Alguien extiende su mano hacia mí, y me quedo mirándolo y preguntándome qué querrá. Buscando muy profundo en mi cabeza me doy cuenta y le estrecho la mano. Tengo la impresión de que debo parecerles un bicho raro, pero me dicen que tengo un aspecto bastante normal. Cierro los ojos y descanso. Me duermo.

Cuando despierto es un día normal.

"Conciencia y Filosofía Cuántica" - Ben Kilwer.