miércoles, 1 de octubre de 2008

Manifestación del Alma

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Se denomina experiencia psicodélica, viaje o vuelo a las vivencias derivadas del uso de algún fármaco psicodélico o de algún otro tipo de práctica que posibilita el paso de la mente a un estado alterado de conciencia, como la privación sensorial o el control de la respiración. La experiencia psicodélica suele incluir alucinaciones, percepciones inusualmente intensas y sinestesia. A menudo se ha comparado la experiencia psicodélica con las vivencias que describen los místicos, las que algunas culturas tradicionales atribuyen a los difuntos en su paso al Más Allá o las propias de ciertas psicosis. La palabra psicodélico viene de la combinación de dos términos griegos: el sustantivo psyche (ψυχή), «alma» y el verbo δήλομαι, "manifestar". Literalmente significa "que manifiesta el alma".
http://es.wikipedia.org/wiki/Experiencia_psicod%C3%A9lica

Una noche tuve un sueño: estaba en mi cama, tumbado, rodeado de mis amigos que me miraban en silencio. Creo que estaba muerto o me sentía como si lo estuviera, todo era tranquilidad y una sensación muy placentera me invadía; se trataba del velatorio más agradable en el que haya estado nunca.

Cerré los ojos y volví a abrirlos; mis amigos habían desaparecido, estaba solo mirando las paredes; la lámpara que colgaba del techo parecía un animal extraño, una medusa que extendía sus tentáculos por la habitación, rodeándome, contoneándose en un baile mágico; tenía la sensación de hallarme bajo el mar, las paredes parecían expandirse y contraerse cada pocos segundos, como si respirasen, todo adquiría otra perspectiva, otra profundidad, las líneas rectas ondulaban y dibujaban otros contornos más orgánicos, más cálidos y, en general, todo era muy reconfortante. Cerré de nuevo los ojos y extraños animales tentaculares aparecieron frente a mí, extendían sus apéndices y trataban de agarrarme, aunque no me sentía amenazado, más bien querían guiarme, arrastrarme con ellos hacia un mundo más allá de lo conocido, a una especie de abismo submarino. De repente lo vi, un túnel de estrambóticos colores que giraban y cambiaban en un remolino alargado, como un agujero de gusano que prometía trasladarme a nuevos mundos inexplorados. Y en él me colé, como Alicia en la madriguera de conejo, sin saber qué destino me aguardaba al final de mi aventura.

De nuevo abro los ojos, y otra vez la lámpara ha cambiado para convertirse en otra cosa. Ya no hay criaturas arquetípicas de fisonomía lovecraftiana, sólo un gran ojo de apariencia alienígena que me observa desde arriba, analizando cada centímetro de mí, cada intrincado recoveco de mi mente o de mi espíritu. Es una sensación extraña sentirse observado de una manera tan intensa, tan minuciosa, y me pregunto qué querrá averiguar con tanto celo.

Después de un rato decidí que había llegado el momento de levantarme de la cama. Lo primero que me llamó la atención es que al ir a colocarme las zapatillas descubro que esas no son las mías; miro alrededor pero no veo dónde pueden estar, de modo que vuelvo a mirar las primeras zapatillas: siguen sin parecer las mías. No obstante, aunque estoy seguro de que no las reconozco, termino pensando que mis sentidos me engañan y me las coloco; me están bien. Abro la puerta de la habitación y una luz deslumbrante lo llena todo; quedo ciego y pido que alguien la apague; me señalan el interruptor y como puedo, con las manos tapándome la cara, me acerco hasta él y lo apago yo mismo. Por fin todo vuelve a la oscuridad. Me acerco hasta el baño y cierro la puerta. Con la luz apagada me miro en el espejo. Entra algo de claridad por la ventana, así que puedo verme bastante bien. Tras unos momentos empiezo a percibir los cambios: mi rostro comienza a adelgazarse, la carne se seca y se vuelve gris, me estoy transformando en un cadáver. La transformación se repite cada vez que retiro la mirada y la vuelvo a fijar, me pregunto si estaré viendo mi propio cadáver, si será ese mi aspecto cuando muera. Es como viajar en el tiempo. Sin embargo, no tengo miedo, lo asumo como una experiencia de lo más natural. Los grifos del lavabo parecen pequeñas caras de criaturas que me observan burlonas, y la cortina de la ducha es una gran telaraña que llega hasta el techo y esconde el capullo sedoso y blanquecino de algún insecto gigante. Algo cambia en mi interior, puedo sentirlo, es una sensación de tensión, de algo que no puedo controlar. Me agobio, me quito la camiseta y me echo agua por encima. Ahora un caos de pensamientos y sensaciones me domina, las ideas pasan tan deprisa que no puedo retenerlas, tan pronto como quiero centrarme en una aparece otra nueva que desplaza la anterior, es imposible recordarlas todas, ni tan siquiera una parte. Me he vuelto loco, estoy completamente seguro de ello. Una sensación de júbilo me llena, estoy eufórico, todo es nuevo, todo es distinto, es como abrir los ojos por primera vez. Me doy cuenta de que esto es la realidad, es lo que se oculta tras la realidad, y yo soy una especie de explorador, como un personaje de Julio Verne, descubriendo nuevos mundos y nuevas maravillas a cada instante, sumergiéndome de cabeza en el abismo insondable de mi conciencia, de la conciencia universal. ¿Qué les contaré a mis amigos? ¿les diré que me he vuelto loco? Hay tantas cosas por descubrir, tanto que comprender... Otra sensación, ahora es pánico. ¿Qué ocurrirá cuando todo termine? ¿cuando no quede nada nuevo por descubrir, nada que comprender? ¿Cuando los abismos sean rastreados y cartografiados? ¿Qué quedará entonces? No se cuánto tiempo paso sumergido en la angustia, unos segundos, unos minutos... al final desaparece. Me asomo al espejo y veo un rostro: ¡es el mío! lo había olvidado, y me sorprendo al mirarme, me observo como si fuera una cara desconocida. Hay algo que no me gusta, de nuevo me siento incómodo; la persona que tengo frente a mí no me parece humana, no conserva ningún atisbo de razón. Es como un animal, un simio, una bestia o un antecesor prehistórico de nuestra especie; son mis rasgos, pero no soy yo. ¿O sí? La incertidumbre me llena de miedo. Al final me vuelvo a observar: descanso, me reconozco por fin.

Abro la puerta del baño y hay una luz al final de la habitación; es la estancia contigua. Me propongo ir hasta allí, pero quedo paralizado de miedo; la luz, es la luz, no puedo soportar tanta claridad. Hago varios intentos de aproximación, pero siempre termino volviendo a encerrarme en el baño, mirando tímido esa puerta abierta, hasta que me armo del valor necesario y salgo. Arrastrándome por el suelo, luchando con todas mis fuerzas por no volver atrás, llego hasta la misma puerta. Las baldosas tienen venas y palpitan, son trozos de carne dura, pero viva. Al asomarme a la habitación me parece que hay un desnivel en el suelo de al menos un metro, tengo miedo de caerme. No puede ser, porque he pasado antes por ahí, pero lo puedo ver tan claramente que no me atrevo a dar el paso hasta después de varios intentos. Lo consigo y me cuelo en la habitación, me dejo caer en el colchón y descanso. De nuevo la maraña de pensamientos, cierro los ojos y me pierdo en el abismo, me dejo llevar por la corriente; hay momentos en los que olvido dónde estoy, otros en los que no existe nada más, ni siquiera yo, sólo el vacío, el abismo sin conciencia. Pero en el instante en que empiezo a ser consciente de mi no consciencia, ésta aparece de nuevo, la gente aparece de nuevo, la casa... Intento hablar, pero lo que me dicen no tiene sentido. Me dicen que un grifo está abierto, pero no oigo correr el agua. Capto otra palabra: bisagra. Tengo que pensar durante varios minutos qué significa esa palabra, recuerdo primero que era un artilugio que se dobla, luego, esforzándome, llego a comprender que se usa en las puertas y las ventanas. Al final consigo entender lo que quería decirme. Es como si todo lo que he aprendido se hubiera borrado de mi mente, y tuviera que empezar de nuevo, aprender de nuevo. Descubrir de nuevo las palabras. Alguien extiende su mano hacia mí, y me quedo mirándolo y preguntándome qué querrá. Buscando muy profundo en mi cabeza me doy cuenta y le estrecho la mano. Tengo la impresión de que debo parecerles un bicho raro, pero me dicen que tengo un aspecto bastante normal. Cierro los ojos y descanso. Me duermo.

Cuando despierto es un día normal.

"Conciencia y Filosofía Cuántica" - Ben Kilwer.


1 comentario:

Anónimo dijo...

ahhg, quiero volver a estar loco yo también. Que aburrimiento de racionalidad y de barreras mentales y sociales.

Muy chula la historia, pero ahora eres capaz de comerte un calamar sin llorar?
Rob.